LAS HERIDAS DE LA INFANCIA HACEN ECO EN LA EDAD ADULTA

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ECO DE LAS HERIDAS INFANTILES

Desde que estamos en el vientre recibimos información del mundo emocional de nuestra madre.
Por estudios realizados, al respecto, se ha constatado que el líquido amniótico de las mujeres sometidas a cargas considerables de stress, sufre cambios en su composición química, lo que repercute en el comportamiento del bebé pues desde el nacimiento traerá consigo un cúmulo de emociones.
Al nacer el pequeño actuará instintivamente y dependerá totalmente de los mayores para sobrevivir. Necesitará apoyo para alimentarse y el contacto físico de su madre, pues no tiene capacidad de pensar, razonar y menos de verbalizar sus inquietudes, desagrados o deseos.
La realidad de ser dependiente será su compañera hasta los tres años aproximadamente; y lo que ocurra en ese lapso como, por ejemplo, violencia física, violencia verbal, abandono de sus cuidadores dejará un trauma en su historia.
En estos primeros años de vida priva en el pequeño el pensamiento egocéntrico. El niño no sabe distinguir al otro, se siente uno con la madre, por lo que todo que sucede en el exterior lo percibe como propio. Toda esa información la absorbe el cerebro en forma de sensaciones corporales o síntomas.
A partir de los tres años hasta aproximadamente los seis, comienza a desarrollarse en el cerebro la memoria, la reflexión. Los niños se vuelven curiosos, exploradores, notan su individualidad, pero a pesar de este avance, no se valen por sí mismos, siguen necesitando de sus padres.
Y como siguen dependiendo de los adultos, si éstos son abusivos, violentos, manipuladores, crean en el niño sensación de abandono, engaño e indefensión. Por este motivo desde estas edades tempranas se generan las heridas en el niño que se mantendrán a lo largo de los años…
Las heridas y traumas de la niñez de manifiestan en la edad adulta en excesiva timidez, violencia episódica, incapacidad de hacer empatía con el otro, problemas para encontrar pareja, amigos, trabajo o relaciones que sean duraderas.
Asimismo, las heridas del niño, a veces, son causas de enfermedades físicas, como colon irritable, taquicardia, ataques de pánico y en casos severos se desarrollan patologías psicóticas.

MIRAR Y SANAR
Como adultos debemos asumir las heridas para sanarlo de la manera más amorosa. A veces somos crueles con ese niño interno que se manifiesta en forma de pensamientos, acciones que repetimos tal cual lo hicieron cuando fuimos infantes nuestros padres, abuelos, hermanos mayores, tíos, maestros, dejándonos indefensos ante el mundo exterior.
Sanar el niño es un viaje hermoso que requiere determinación y coraje para superar los escollos dolorosos que encontremos en el camino.
Para emprender ese camino te dejo algunas indicaciones que tal vez puedan ayudarte:

  1. Comienza a conocerte tus emociones y reacciones. A veces escudamos el dolor con frases como: “soy así” “no puedo”, lo real es que cuando nos tocan la herida reaccionamos de forma descontrolada, y luego nos castigamos y maltratamos con la culpa. Conocerte es un buen inicio, que te genera dolor, rabia, ira, tristeza, identifica cada una de estas emociones y permite expresar lo que sientes, es lo más sano.
  2. Mantente en el presente cuando la herida se muestra, el cerebro nos lleva a ese espacio donde está atrapado el amor, en donde te sentiste vulnerable, solo, abandonado, en ese momento no podías hacer nada, ni hablar, ni razonar, ni defenderte, ni huir. AHORA SÍ. Traerte al presente te permite DARLE VOZ Y RECURSOS a ese niño.
  3. Hazte amigo de tu niño. Definitivamente te corresponde a darle a ese niño herido lo que le faltó. Hacerte cargo de ese niño que fuiste permitirá que el vuelva a confiar, sentirse amado, saber que alguien lo mira y lo cuida.
    Ahora te toca ti. Patricia Gómez Sánchez
    Directora Instituto Alma Raíces

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