Tercera edad, vejez, senectud, adulto mayor o años dorados, son expresiones usadas por las personas para referirse en forma poco agradable a una etapa de la vida que marca la culminación del desarrollo del ser humano.
A muchos causa temor hablar de la Tercera Edad, porque por lo general, las conversaciones sobre el tema se centran en los aspectos negativos de esos años, sólo resaltando las enfermedades y los achaques “propios de la edad”.
No es de extrañar tal reserva respecto a la vejez, porque lo que priva a través de los medios de comunicación y redes sociales, es el culto a la juventud, a la belleza.
En contraste los mensajes dirigidos a las personas mayores son para promocionar medicamentos, artículos sobre cuidados médicos, dolencias etc.
Tales relatos hacen percibir que enfermedades, achaques, improductividad, discapacidad es lo normal en éstas décadas de la existencia del ser humano, lo que deriva en una percepción errada, pues al revisar la historia contemporánea, en lo que respecta al ámbito de crecimiento personal y auto ayuda, nos encontramos con Bert Hellinger (+), creador de las Constelaciones Familiares y Louise Hay, autora de muchos libros, entre estos, “Usted puede sanar su vida”. Ambos desarrollaron intensa actividad después de los noventa años.
Los aspectos señalados son indicativos, que con frecuencia el tema de la tercera edad es excluido, ¡ni siquiera se habla del mismo! pues está relacionado con enfermedad, falta de belleza, debilidad y hasta con la muerte, obviando la otra cara de la moneda.
Al ver la otra cara de la moneda observamos que la tercera edad es una etapa privilegiada por los años vividos, los caminos andados, la experiencia acumulada, los conocimientos adquiridos, el aporte a la familia y a la sociedad.
En este punto del camino destaca el Ser, sea hombre o mujer, que forma parte de las filas de la Tercera Edad.
En este sentido es válido mirar la Tercera edad siguiendo los principios de las Órdenes del Amor, de Bert Hellinger, reconociendo que esta etapa pertenece al ciclo evolutivo de la vida y jerárquicamente es la última etapa de la existencia del ser humano, salvo que por circunstancias se deje este plano terrenal antes de alcanzar la edad referida.
La invitación es dar el lugar correspondiente a ésta etapa. Mirarla con cariño y esperarla como se espera a la adolescencia, a la adultez; como se esperan a los hijos, a los nietos o a cualquier persona o situación que inspire amor y despierte los sueños como preparación para la llegada de la Tercera Edad.
Es el momento de revisar el Ser que somos y responder las preguntas, ¿quién soy?, ¿quién he sido? ¿quién quiero ser, ¿cómo me veo en los años dorados? .
Y, en relación a esa visión, empezar a crear esos sueños a nivel de pensamiento y emoción para convertirlos en realidad tangible en tiempo y espacio, que esa mirada inclusiva y amorosa se inicie en nosotros mismos.
Mirar la Tercera Edad desde otra perspectiva abre la puerta al equilibrio entre el dar y el recibir, logrando que el Ser ocupe el lugar que le corresponde no solo de palabras sino con acciones; comenzando en la familia,
rescatando el respeto y consideración hacia las personas mayores para recibir el justo reconocimiento de los otros en cualquiera de los ámbitos en los que se encuentren o desempeñén los hombres y mujeres de la Tercera Edad.
Lic. Olivia Brazón Arroyo
Trabajadora Social
Terapeúta Sistémico en Constelación Familiar.
Instagram: Oliviabrazonarro