Lic. Patricia Gómez Sánchez
Especialista en Trauma Familiar
Tiempo de lectura 6 minutos
Cuando María entró a consulta, su cuerpo hablaba más fuerte que sus palabras. A pesar del clima templado, sudaba en exceso, como si llevara consigo una tensión persistente. María es una joven ingeniera apasionada por su trabajo, pero las pesadillas constantes, el malestar estomacal y una sensación de inseguridad la han llevado a buscar ayuda. Algo más profundo estaba ocurriendo.
Apenas sobrepasa los treinta años, y en su adolescencia vivió una experiencia violenta cuyas huellas emocionales siguen marcando su vida. Aquel domingo, mientras acompañaba a su pareja a hacer unas compras, se detuvieron en un semáforo. Dos hombres encapuchados se acercaron a la ventanilla, la golpearon con fuerza, la rompieron y robaron su bolso y otras pertenencias del coche.
María se quedó paralizada, atrapada por el shock. Su pareja la abrazó y le dijo lo que pudo: “Ya pasó, estás bien. Cálmate, todo está bien.” Luego acudieron a denunciar el robo. Pero en el cuerpo de María, el evento había quedado atrapado.
¿Qué sucede en el cuerpo durante el trauma?
Gabor Maté define el trauma como “la pérdida de conexión con uno mismo, con los demás y con el entorno, como resultado de una experiencia que sobrepasa la capacidad emocional de la persona“. Cuando algo así ocurre, las reacciones fisiológicas se bloquean, y la carga emocional que normalmente se liberaría, queda atrapada.
Ante eventos dramáticos, solemos consolar con palabras lógicas y tranquilizadoras. Sin embargo, en las primeras horas posteriores a un trauma, la persona no puede escuchar ni razonar. El cuerpo toma el mando para garantizar la supervivencia:
- El corazón bombea con más fuerza para preparar una posible huida.
- Se ralentiza la digestión: no es momento para comer.
- Aumenta la respiración: el cuerpo necesita más oxígeno.
- Aparece la sudoración y el estado de alerta.
- El cerebro reptil se activa.
Todo esto le ocurrió a María en segundos, su cuerpo anticipando un peligro letal.
La huella silenciosa del trauma.
Peter Levine sostiene que el trauma “no es el evento en sí, sino la energía bloqueada en el cuerpo al no completarse una respuesta natural: lucha, huida o congelación“. Cuando esa energía queda “congelada en el pasado”, puede manifestarse como síntomas físicos, emocionales o conductuales.
Por eso, años más tarde, María muestra signos de estrés postraumático. Cualquier situación desafiante le genera ansiedad, sudoración, problemas digestivos y miedo. Esa energía atrapada no se disipa sola, y si no se libera, los síntomas tienden a intensificarse.
Primeros auxilios emocionales: cómo acompañar
Existen recursos sencillos y poderosos para acompañar a alguien que ha vivido una situación traumática:
- Acompaña desde el silencio. A veces las palabras sobran.
- Si el contacto físico está permitido, toma suavemente sus manos o apoya la tuya sobre su brazo.
- Mantén tu mirada disponible, aunque no te mire.
- Respira lento y suave.
- Escucha sin juicio, sin preguntas ni curiosidad innecesaria.
Acompañar es sostener el alma sin tocarla
Acompañar no es consolar ni explicar. Es sostener. Es resistir el impulso de “arreglar” y estar allí con presencia plena.
El trauma no necesita soluciones inmediatas, sino espacio para recuperar la seguridad que se perdió. Y tú, como acompañante, puedes ser esa frontera entre la herida y el cuidado, ese testigo silencioso que permite que la sanación comience.
Porque a veces, lo más poderoso que podemos ofrecer… es quedarnos junto a alguien en su noche más larga.