
Lic. Patricia Gómez Sánchez
Especialista en Trauma Familiar.
Tiempo de lectura 5 minutos.
Cuando Luis llegó a consulta, su cuerpo hablaba antes que sus palabras. Había historias no expresadas guardadas en su interior. Solicitó la cita por un conflicto de pareja, una temática recurrente en las Constelaciones Familiares. “Ya no puedo sostener esta situación”, confesó. “Llevo muchos años y ya no sé qué más hacer. Todo lo que intento para salvar la relación parece inútil.”
La pareja como espejo de nuestras heridas de la infancia.
Alejandro Jodorowsky define la relación de pareja como el “encuentro de dos egos infantiles”. Y es precisamente en ese vínculo donde se proyectan las heridas no resueltas de nuestra historia familiar. La infancia, etapa de absoluta vulnerabilidad, es también el origen de muchas heridas emocionales. Cuando los cuidadores, en lugar de proteger, humillan, maltratan o traicionan la confianza, se generan marcas que nos acompañan toda la vida.
Un vínculo desordenado en la infancia puede manifestarse en la adultez como:
-
- Rabia o desconfianza
-
- Timidez o problemas de socialización
-
- Una adaptabilidad que nos desdibuja
El niño indefenso guarda esas heridas en su cuerpo y corazón, sin saber que lo vivido en esos primeros años deja huellas profundas.
Luis descubrió que su infancia guardaba el tesoro de su liberación. Su padre maltrataba a su madre, y el pequeño Luis observaba desde su impotencia. A través de una configuración familiar, pudo conectar con ese niño que sentía miedo, rabia y dolor.
Durante la sesión, Luis se sumergió en una representación que lo llevó directo al corazón de su historia. Al observar a ese niño que fue, algo profundo se movió dentro de él. En un instante de silencio, sus ojos se llenaron de lágrimas. No eran solo lágrimas de tristeza, sino de reconocimiento. “Ese niño soy yo”, dijo con voz temblorosa. “Yo sentía ese miedo. Yo no sabía qué hacer. Solo quería que todo parara.”
Fue un momento de revelación. Luis dejó de juzgarse por sus reacciones en la vida adulta y comenzó a comprender que muchas de ellas eran respuestas de ese niño herido que aún vivía dentro de él. Al mirar sus heridas con compasión, pudo empezar a separarse del dolor, sin negarlo. Pudo decir: “Ya no necesito seguir cargando con esto. Hoy puedo cuidarme yo.”
Ese instante marcó el inicio de su proceso de sanación emocional. No fue mágico ni inmediato, pero fue real. Y lo real, cuando se honra, transforma.
Sentir para sanar: el paso que no puedes saltarte.
Cuando la infancia se convierte en un espacio que “no recuerdo” o “prefiero olvidar”, es necesario un acompañamiento respetuoso y empático que permita liberar las emociones reprimidas. Reconocer que se tuvo una infancia difícil alivia la carga, pero también exige transitar ese dolor para dejar espacio al amor. Si elegimos esconder el sufrimiento, como hizo Luis, tarde o temprano se manifiesta: en nuestras relaciones o en nosotros mismos.
Frases como:
-
- “Todavía me duele lo que pasó”
-
- “Siento rabia”
-
- “Fue muy duro”
…y permitir que el cuerpo llore y libere, abren la puerta a lo nuevo y a la sanación emocional.
¿Cómo liberar el dolor emocional?
Todo proceso terapéutico tiene dos protagonistas: la historia completa y el cuerpo, que guarda y necesita liberar la carga emocional.
Reconocer el dolor.
A veces somos más duros con nosotros mismos que nuestros propios cuidadores. Es vital conectar con ese niño asustado y vulnerable, y recordarle que no podía hacer nada. Solo era un niño.
Identificar la emoción.
Para sobrevivir, muchas veces escondemos el dolor, la tristeza o la rabia. El cuerpo, sabio, nos habla a través de síntomas o sensaciones. Nombrar lo que sentimos —“me dolió”, “siento rabia”— es el primer paso.
Declarar el evento doloroso.
Como adultos, solemos justificar lo vivido o incluso cargar con la culpa. Pero permitir que la emoción fluya es esencial. Frases como “me dejaste sola”, “me hiciste daño”, “abusaste de mí” liberan el dolor y dignifican la experiencia.
Integrar la historia.
Las partes heridas de nuestra infancia pueden resignificarse. Reconocerlas como recursos y permitir que florezcan transforma el dolor en fuerza. “A pesar de todo lo vivido, yo sobreviví” es una frase poderosa que honra el recorrido desde la dignidad, el amor y el respeto.
El dolor no es el enemigo, es el mensajero.
Sanar no es olvidar. Sanar es recordar con amor, con compasión, y con la fuerza de quien ha decidido vivir libre. No puedes saltarte el paso de sentir. Porque solo cuando te permites sentir, puedes comenzar a transformar. Tu historia merece ser contada, tu cuerpo merece ser liberado, y tú mereces vivir desde el amor, no desde la herida.
¿Estás lista para dar ese paso?
Un comentario
Gracias! Muy revelador!